domingo, 27 de septiembre de 2009

El desencanto



El desencanto puede ser visto como una película o como un documental. También como un reallity show. El estreno fue en 1976, ya se sabe, con Franco recién muerto y la Ley para la reforma política en cierne. Hubo escándalo pero también, suponemos, debieron ganar algún dinero. Al parecer, a los catorce años de la muerte del pater familias, el patrimonio de los Panero está lo suficientemente mermado como para que éstos den el salto y se dispongan a vender su último recurso: la vida íntima. Frente a esta hipótesis de índole pecuniaria habrá quien, con buen criterio, estime que estamos ante el último acto de expiación que habría de permitir a los Panero transitar hacia al régimen democrático para quedar bien instalados en el nuevo stablishment madrileño, en la inteligencia de que así salvarían su reputación, próxima, como pocas, al tuétano del franquismo. Antes de eso, hubo el necesario alistamiento a las hordas juveniles del PCE del hermano mayor, o los actos revolucionarios- más próximos a los del terrorismo nihilista ruso -de Leopoldo María, con el correspondiente ingreso en prisión. Hay anécdotas graciosas, hay otras más tristes, pero todas son entrañables. Hay en los distintos personajes distintos tonos que van desde la más ampulosa afectación al histrionismo más nervioso. Está también toda la iconografía de la época: Lacan, Freud, el toque existencialista, la poesía maldita, Deleuze, el par delicattesse j´ai perdu ma vie, Edipo, los pantalones de campana y las chaquetas de pana.


Comienza la película con imágenes al más puro estilo NO-DO del homenaje a Leopoldo Panero, del cual no vemos ni una foto, sino solo la estatua conmemorativa, tapada por un plástico y atada con una cuerda como empaquetada al estilo Christo, a punto de ser destapada en una plaza de Astorga. Sobre él caerán todas las culpas y él no podrá defenderse. No oímos tampoco su voz. Sólo Juan Luis, el mayor, parece llevar con cierto orgullo el apellido Panero. Cita a Hemmingway, “quien no es hijo de alguien es un hijo de puta”. Por lo visto, ya en aquellos tiempos Juan Luis y Leopoldo María no podían ni verse, no salen en ninguna escena juntos. Este último, accederá a participar en el film cuando ya va bastante avanzado su rodaje, y una vez terminado será quien conceda el imprimatur sin tocar ni una coma:


“Creo que tanto en la familia como en los individuos en particular, hay dos historias que se pueden contar. Una es la leyenda épica, como llama Lacan a las hazañas del yo, y otra es la verdad. La leyenda épica de nuestra familia, que es lo que me figuro que se habrá contado en esta película, puede ser muy bonita, romántica y lacrimógena, pero la verdad es una experiencia bastante deprimente. O sea, empezando por un padre brutal, siguiendo por tus cobardías (las de la madre) con ocasión de un intento de suicidio de opereta. (...) y a raíz de eso decidiste meterme en un sanatorio donde lo pasé muy mal”.


¿Qué es el desencanto? Michi Panero, que falleció no hace mucho, afirma:


“Para estar desencantado hay que haber estado antes encantado, y yo no recuerdo nada más que cuatro o cinco momentos muy frágiles el haber estado encantado. Creo que el desencanto, la desilusión o el aburrimiento, es una cosa que me ha venido impuesta por mucho elementos y en el que yo, simplemente, como en todo, he participado como espectador”.


El desencanto es, pues, la desilusión, la desesperanza, el fin de saga estilo Wittelsbach, sin descendencia, sin futuro, sin proyecto, sin dinero. Toda una galería de ausencias de la que solo es posible salir mediante la literatura. No una literatura positiva, sino la literatura del dandy, que va generando su propia película, con él como único lector. O la literatura del loco o del alcohólico, en la que se hace tan necesario decir la verdad que, en ocasiones, hasta se inventa.


Pulse aquí para ver la película El desencanto, de Jaime Chavarri, 1976

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