domingo, 30 de septiembre de 2012

CUANDO LA REALIDAD SPOILEA (JODE).




Casi todos mis allegados saben que estoy escribiendo una novela, con su planteamiento, nudo y desenlace. Es más, casi todos ellos saben que si nos reunimos yo hago porque se hable de mi futuro libro, y hablo de él antes de que esté escrito y acabo entonces con aquel adagio de “yo he venido a hablar de mi (futuro) libro(¡)”. Un libro nonato que, si viene al caso, es porque la realidad me lo ha “spoileado” o “espoileado” , esto es, ha contado cosas relevantes de la trama, concretamente, el final. Concretamente de un final que debía producirse más o menos ahora (comienza en el 15m y acaba algo más de un año después). Menos mal que lleva al menos dos tramas paralelas, como el Reguerón y el Segura- he de confesar que mi novela es costumbrista, en cierto modo-, y que la importante no me la ha spoileao.

Pero sí. Hay testigos de que el desenlace de mi novela se produce en plena riada del Reguerón, y que yo ya había ido reuniendo información en torno al campo léxico asociativo de ríos, ramblas y caudales. Incluso información directa, hablando con personas que recuerdan la riada del 73, o bien en libros acerca de la brutal riada de Santa Teresa (mil muertos). Vamos que si no me hice de “amigos del Guadalentín/Reguerón” es porque no existe tal club.  Es vasto- y pintoresco- el léxico de las canalizaciones en Murcia. Pero, vamos, que si me dedico a ello no es por afán costumbrista tipo cañas y barro, sino más bien en homenaje al maestro Faulkner, entusiasmado por las riadas, en su caso del Misisispi.

Probada mi capacidad oracular, algunos de mis allegados, sabedores de que mi próxima novela- de la cual también hablo mucho sin haber terminado la primera – tiene como telón de fondo las secuelas de una brutal tormenta solar, me dicen que no la escriba.

La única ventaja de que el final de mi novela se haya materializado es que me ha hecho cambiar bastantes cosas relativas al curso de los acontecimientos en una catástrofe que se ha cobrado ya diez vidas- esa es la parte terrible. No hay que ser muy pesimista, ni muy futurólogo, para saber que estamos a merced de los elementos, naturales y políticos.

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