domingo, 2 de agosto de 2009

Wagner según Baudelaire


El ínfimo número de lectores que debe tener este blog no debiera hacer necesaria ningún tipo de excusa por el abandono en el que se encuentra, si no fuera por la talla y la materia de tal reducida corte. Excusas, pues. 


Como todos los veranos las chicharras y los grillos no me dejan vivir. Las unas por la mañana y por la noche los otros. Al atardecer se funden ambos timbres, y todo junto entra a mi habitación, porque no vas a tener la ventana cerrada en este tórrido verano. Por eso me bajo a la casa de mi madre a dormir. 


Con tal irritante compañía- me refiero a las chicharras, no a mi madre -escribo estas modestas líneas y las quiero dedicar al maestro Wagner, recordándolo a través de la también magistral pluma de Baudelaire, arduo defensor del músico alemán. La elección se debe a dos motivos, coyuntural uno y esencial el otro: la retransmisión del festival de Bayreuth- recomendable sobre todo por los comentarios y críticas de J.L. Pérez de Arteaga -y el amor que siento hacia estos dos personajes, sobre los cuales no creo haber escrito ni una sola línea en este blog. 


Si, au moins, je pouvais entendre ce soir un peu de Wagner! Cómo acierta Baudelaire siempre: ¡si al menos yo pudiera oír un poco de Wagner esta tarde! En el verano parece crecer un poco más nuestro spleen, y gracias a las nuevas técnicas y las retransmisiones de Euroradio a través de Radio Clásica podemos tener, hasta en directo, ese poquito de Wagner que Baudelaire solo podía encontrar, bien buscando en su memoria, bien en las veladas en las que Teofilo Gautier, si no recuerdo mal, tocaba la transcripción de piano de Tanhausser a nuestro doliente parisino. O ya, en plan yonki, mezclándose con la plebe, tragándose todo el repertorio de las bandas charangueras hasta que, por fin, perpetraran algún fragmento de Wagner. La comparación de la música de Wagner con la droga ya fue insinuada por Nietzsche, oigan sino la obertura de Tristán.


Los textos a los que me refiero son: Carta de Baudelaire a Wagner y RICHARD WAGNER y TANNHÄUSER EN PARÍS, en adelante, la carta y el artículo respectivamente. Entre otras cosas, destacaría de ellos los adjetivos que dedica a los detractores de Wagner. Son dignos de enumeración: “camorristas”, “charlatanes”, “majadería francesa”, “bromistas de folletín”, “payasos” ; o al crítico Fetis, sobre su “diatriba penosa” de “viejo diletante”: “mastiqué el indigesto y abominable panfleto de Fétis (...)”.


Recordemos que Baudelaire, aparte de fingirse histérico, creía ser sinestésico- cosa que R.E. Cytowic, la mayor autoridad en sinestesia, niega de plano. Aún así, encontramos el artículo deliciosos fragmentos que nos acercan a ese misterioso mundo de sensaciones enlazadas. Y ello nos lleva a considerar, no solo la comprensión, sino la identificación que Baudelaire sentía respecto del concepto de drama wagneriano. En la carta leemos: “Al principio me pareció que conocía aquella música, y, al reflexionar más tarde, comprendí de dónde provenía este espejismo; me parecía que aquella música era la mía y la reconocía como todo hombre reconoce las cosas que esté destinado a amar.”


En concepto al que nos referimos es al de Gesamkunstwerk, “obra de arte total”. Ya en los albures del romanticismo se planteó como tarea inexcusable el marcar los límites que tienen entre sí las artes y, asímismo, se empezó a fraguar la idea de mezclar esas artes. Y esa fue la obsesión de Wagner y de ella hubo de nacer su vasto repertorio. Llegar con la música a donde la poesía y la declamación no pueden llegar; exponer mediante las palabras aquellas ideas que la música no puede transmitir; representarlo en un entorno plástico perfectamente cuidado (el foso, las luces, los decorados) a fin de crear esa “totalidad del efecto”, ese crisol de las artes en el que, por lo demás, algunos han visto la premonición, en algún sentido, del arte cinematográfico. Repasemos algunos fragmentos del artículo:


Con frecuencia he oído decir que la música no podía envanecerse de traducir algo, cualquier cosa, con precisión, como hacen la palabra y la pintura. Esto es verdad en una cierta proporción, pero no es del todo verdad. Traduce a su manera y por los medios que le son propios. En la música, como en la pintura e incluso en la palabra escrita, que es, no obstante, la más positiva de las artes, siempre habrá una laguna que completa la imaginación del oyente.

Y más adelante:

Son, sin duda, estas consideraciones las que han empujado a Wagner a considerar el arte dramático; es decir, la reunión, a la coincidencia de varias artes, como el arte por excelencia, la más sintética y la más perfecta. Y, si nos olvidamos por un instante del apoyo de la plástica, del decorado, de la incorporación de los tipos soñados en actores vivos e incluso de la palabra cantada, aún sigue siendo incontestable que cuanto más elocuente es la música, la sugestión es más rápida y más justa, y hay más probabilidades de que los hombres sensibles conciban ideas relacionadas con las que inspiraron al artista. 

Prosigamos. El detallado reporte llevado a cabo por Baudelaire es verdaderamente emocionante al describir, por ejemplo, las oberturas de Tannhausser y Lohengrin. Al referirse a esta última, detalla el conjunto de sensaciones que el espectador podría percibir y lo hace comparando la propia experiencia que de la obertura tuvo a la de Berlioz y Listz, desarrollando ese mundo de sensaciones que se tocan, evocando colores, nieblas, luces ángeles. En el caso de la obertura de Tannhausser, explica esa  magistral confluencia de lo religioso y lo voluptuoso, esa melodía de vientos progresivamente violentada por la presencia machacona de los violines que acaba dando paso, sin darnos cuenta, a una bacanal que tan maravillosamente nos pone en situación: en el Venusberg donde el héroe goza de los placeres de la diosa a quien abandonará posteriormente en busca de la redención. Escribe el francés:

La obertura -repito- resume el pensarniento del drama a través de dos cánticos, el cántico religioso y el cántico voluptuoso, los cuales, para servirme de la expresión de Liszt, «se plantean aquí como términos diferentes que, en el final, hallan su ecuación».

Una y otra vez Baudelaire, en perfecta conexión con el ideal dramático wagneriano, se remite a su carácter místico, al intento de religación no solo individual, a su sentimiento de celebración. 

Los dos textos que les recomiendo, la carta y el artículo, son de un gran interés no solo para comprender la obra de Wagner sino que, además, constituyen, en mi opinión, un gozo literario que nos muestra a un Baudelaire que, en una situación de derrumbe personal, halla una luz en la llamada música del futuro; combinando con tal sentimiento de religación personal y esperanza, ese otro de hastío frente a ese “terrible cúmulo de piedras y hombres” que fue para él su amada y odiada ciudad.



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