(Un sábado de noviembre que me toco trabajar- por cierto, Ayo, fue al día siguiente de que nos viéramos).
He salido a las dos del trabajo y he comido con mi padre y su mujer, me he tomado un par de copas de vino y después de un rato de conversación me he despedido de mi hermanita y de ellos con la mente puesta en la siesta que me iba a pegar. He salido y he llamado al ascensor pensando en mis cosas como todo el mundo cuando llama a un ascensor mientras espera. Oigo entonces desde dentro del piso la voz de mi padre llamándome y me digo, joder, ya viene a echarme el puro en privé por algo. Pero no. Es para que baje la basura: han puesto contenedores subterráneos , me dice, muy bien, le respondo, no creo que sean muy difíciles de usar.
Me monto en el ascensor con las dos bolsas de basura. Salgo a la calle y me dirijo a los flamantes contenedores subterráneos de la calle Batalla de las Flores, justo al lado de sexylandia y de Cashconverter y a unos quince metros del edificio donde, a la sazón, vive el Excelentísimo Alcalde M.C. Observo desde el otro lado de la calle que son de varios colores y me admiro de la bella policromía. Hay dos rumanos jovencitos con un carro de de supermercado buscando chatarra a unos metros. Los veo como alterados mientras descubro que los colores de los contenedores subterráneos son para la selección de basura. Vuelvo a mirar a los rumanos que me dicen algo y yo me digo para mí, joder, ya van a sacarme algo. Hay otro señor, justo al lado de uno de los contenedores, pero yo me dirijo al de basura orgánica y tiro las dos bolsas con ese mecanismo que se balancea cuando lo cierras, dejando caer la bolsa a un receptáculo grande- yo los he visto abiertos.
Pero mi mente ya está en otra fase, acaba de percatarse de que de la mano del señor que había junto al otro contenedor había otra mano agarrada que salía del contenedor. Miro de nuevo y veo una sábana blanca atada al asidero de la tapa del contenedor. Miro la mano que sale del contenedor, luego a uno de los rumanos, que me grita muy preocupado: !Llama, llama¡ Pero mis ojos no pueden creer lo que están viendo, mientras le digo al rumano "llamo, llamo": hay una mujer dentro de la boca del contenedor, se ha metido para coger deshechosr, es como un monstruo que se la va a engullir. Otro endeble sujeto del Este la agarra pero es ella la que sostiene con el otro brazo. No puede salir, es imposible: si abre la compuerta, ésta, por su mecanismo de balanceo, impide que salga el resto del cuerpo.
Es ahí cuando me doy cuenta del peligro del asunto. Llamo al 092, y mira que estoy harto de ver el cientodoce por todas partes, en las ambulancias, etc, pero llamo suponiendo que antes vendrán los locales y luego pienso que mejor haber llamado al 112. Le explico al señor policía, lo más extractadamente posible la situación y la ubicación de la escena, que empieza a tomar un cariz un tanto terrorífico, combinado con una brutal dosis de surrealismo, pero yo ya llevo algún minuto tranquilo porque, con gran alivio, pues he descubierto que el suceso era cierto, pues hasta ese momento creí que definitívamente estaba psicótico, como Strindberg, como Swedenborg ... o como alguno de mis amigos.
Mientras sostengo a la señora, que me mira desde dentro con su cara eslava, le digo a un viandante español que acaba de aproximarse que llame al 112, aunque en verdad estoy invitándolo a ayudarme, pues se me estaba empezando a cansar el brazo y el otro eslavo no ponía mucho interés en solucionar el asunto. Pasan los minutos, tiro de ella para comprobar si la puedo sacar, es pequeña y pesa poco, y además pienso en lo horrible que tiene ser respirar los gases que salen del monstruo pero es imposible sacarla. Los dos vagabundos tendrán cerca de los cincuenta años. Comento con otro español que mira pero no ayuda lo surrealista de la situación.
Busco la mejor postura porque se hace daño y así la tengo hasta que aparecen un coche con dos locales. Se bajan, miran, aparcan, vienen, miran, van al coche, vuelven con guantes profilácticos y yo pienso: qué bien, ahora la cogerán ellos, porque yo ya estoy cansado y me quiero ir a dormir. Pero no, se limitan a observar y a preguntarse incluso por las causas de aquella situación. Entonces les digo que llamen a los bomberos y una ambulancia para ponerle oxígeno para que no inhale los gases putrefactos, especialmente en la eventual hipótesis de que se cayera. Los gitanos rumanos miraban, uno de ellos verdaderamente asustado mientras el otro se reía un poco: porque es que, la verdad, por mucha hambre que se tenga una persona no puede cometer semejante temeridad. Volvemos a intentar sacarla entre dos varias veces, pero es una verdadera trampa. Me acuerdo entonces de aquellas imágenes de la niña atrapada en la inundación del deshielo del Nevado, de aquellas inquietantes horas que miles de espectadores contemplaron hace ya bastantes años.
El otro eslavo se aparta y me ayuda una viandante española, ya hay unas siete personas en la escena, pero los bomberos no aparecen hasta pasados bastantes minutos, yo diría que casi media hora. Es entonces cuando la suelto y me aparto al otro lado de la acera, en donde se van acumulando más y más curiosos viandantes, y gente en los balcones. Yo hasta llamo a mi padre para que lo vea desde su piso que es un séptimo. Todos saciamos nuestro morbo. Los bomberos tardan más de veinte minutos en sacarla rompiendo la boca del contenedor con unas tenazas mecánicas, se la lleva la ambulancia en un lamentable estado.
Al final, aplausos de un ciudadano y aplausos de todos los demás ciudadanos que ven como con sus impuestos se pagan a resolutivos bomberos que sacan a inmigrantes de bocas de contenedores que también todos pagamos. Me alejo y miro para atrás, distingo a lo lejos al Excelentísimo Señor Miguel Ángel Cámara que acaba de bajar, a quien informa uno de los bomberos. Me voy a mi parking, sudando y muy cansado, llevo muchas horas sin dormir. Vuelven a mi las imágenes de la cara eslava que salía de la boca del contenedor, su cara angustiada. He llegado a mi casa y me he acostado un rato. Me he despertado pensando en lo mismo y me he dicho: esto tengo que contárselo a E que no se lo va a creer. Es como un cuento de O Henry.